sábado, noviembre 20, 2004

Mañana de la noche del viernes

Mi despertar es dulce y frío como la memoria de los días en que no había nada que hacer.

Mis manos están heladas y el teclado lleno de espinas.

Un CD con cuartetos de Beethoven.

Es todo tan sublime que querría desparecer,
negar el color de las emociones vacías que me trae la ciudad.

De todos modos,
en cuanto a lo que espero de este día
podría decir que tengo muchos planes y pocos resultados.

Del mismo modo,
el porno de la red es cada vez menos atractivo
y se pone al mismo nivel que las mujeres de los carteles
y las bellezas increíbles con que me cruzo para no volver a ver.

Por lo tanto,
diría que es posible corregir el modo que tengo de ver las cosas,
pero haría falta tanto esfuerzo que lo dejo estar
como un perro se cansa de intentar morder su propia correa
o una brújula deja de soñar en una tormenta magnética

Diario de la falta de oxígeno

09:33 Organización de una estupidez total

09:45 Reconstrucción de las excusas que me hacen mirarme en un espejo

09:57 Cerrar la puerta y bajar las escaleras a la mañana que nunca quise conocer

10:14 Los andenes llenos de animales y pájaros selváticos anidando en los bolsillos de mi abrigo nuevo

11:15 Llega el tren que me lleva contigo y lo dejo tal cual

11:33 Subo a un carricoche de bebé pero no engaño a nadie

11:57 Las puertas del tren se cierran sobre mis manos y mi maletín lleno de odio se queda en la estación

12:58 Llegamos a un descampado y las vías se acaban

13:11 Le robo el almuerzo a los niños de un colegio y me lo como sentado en un banco

13:42 Vuelvo a mi casa ufano y lleno de sentido común

14:11 Enciendo la televisión