martes, mayo 27, 2008

Hazlo por Van Gogh

días estupendos en genocidios insomnio
adicciones que sostienen los días
tiempo atrás de la ciudad sin sombras
piel y la realidad desnuda
hazlo por van gogh

red sin salto en habitaciones inundadas
clavar las uñas en las agujas del tiempo
espacios huecos en conversaciones despreciables
mirar las paredes y no ver
hazlo por van gogh

desastres naturales y personajes que me adoptan
párpados cargados con reproducciones mecánicas
teorías de cómo nunca y siempre para nadie
fechas límite pasan ante mis ojos
hazlo por van gogh

veranos aplastantes que llegan y te ignoran
esfuerzos sin objetivo arrojados como excusas
dolor por el regreso y nadie a quién volver
gritos al otro lado del teléfono
hazlo por van gogh

retrato de las manos quebradas al cielo
principio del dolor en cada una de las noches
quimeras anárquicas en incómodos plazos
despertar simultáneo y todo por saber
hazlo por van gogh

jueves, mayo 22, 2008

Sopa de Miso


"Le grité a uno de los relaciones públicas que conocía y le hice acompañarnos hasta el local. Se llamaba Satoshi y, como yo, tenía veinte años. Era de Yamanashi o de Nagano, no me acuerdo, pero se había mudado a Tokyo a los dieciocho para preparar el ingreso a la universidad y, muy pronto, se había vuelto loco. Yo no le conocía en aquel momento, pero me había mostrado las secuelas una vez que me había invitado a su piso para estar de fiesta hasta las tantas. Me enseñó un juego de construcciones. Al parecer, se pasaba casi todo el día jugando con él en los trenes de la Yamanote, apilando los cubos de madera en el suelo. Y eso por qué, le pregunté yo. Pues no lo sé, me dijo él. De verdad que no lo sé, pero lo encontré en Kiddyland y al final me lo compré, quiero jugar con esto donde sea, pensé, lo mismo dentro de los trenes está bien, pensé, la verdad es que construir castillos dentro del tren en marcha mola bastante, como te diría, es como estar trance, pasando las horas sin pensar en todas esas cosas raras, porque yo, en esa época, estaba siempre pensando en clavar objetos afilados, alfileres, mondadientes y tal, en los ojos de niñas pequeñas, y te juro que me daba miedo pensar en que pasaría si llegase a hacer algo así, y qué se le va a hacer, pues me puse a apilar mis bloques de madera en los trenes y se me quitaron las paranoias, es difícil construir nada dentro de un tren en marcha, en la Yamanote hay curvas de la hostia en bastantes sitios, entre Yoyogi y Harajuku hay una especialmente difícil y yo, para que no se me derrumbasen mis bloques de madera, los abrazaba suavemente, como si fueran un bebe recién nacido, sí, sí que me que me llamaban la atención, sin parar, los encargados de estación, los revisores, los guardias de seguridad me detuvieron no sé cuantas veces, yo lo que hacía era no ponerme en la hora punta, y así me pasé medio año, hasta que llegué a Kabukicho y me curé, no es que me guste Kabukicho, no sé, ¿tu cree que hay alguien a quién le guste este barrio?, pero es que es me siento a gusto aquí, aunque trabajase en un barrio que me gustara y pudiese entrar a la universidad que quisiera, no creo que haya nadie a quién le guste pensar en clavarle cosas en los ojos a niñas pequeñas, ¿verdad?"


Murakami Ryu, In Za Miso Suupu, Gentosha Bunko, 1998, pp. 25-26.

Automático 30




calla, sube a la mesa, viaja a la velocidad de los tontos, lee tus libros con cabeza gacha y sueños de enfermo terminal, emborráchate de 4 a 7 y de 9 a 3, pilla los trenes al vuelo, paga los taxis con mentiras, rebosa los labios de los desayunos, cocina grietas en las calles, fabrica planos para perderte

y entonces las pantallas me dijeron auroras y los pasos me quebraron los cuervos, los relojes treparon a mis mangas y las chaquetas llamaron sin sonrisas, los policías salieron de sus cuevas y los coches se estrellaron con soltura, aplastaron las nubes las lavadoras y perdí mis manos en tus pezones oscuros y ojos del otro lado de la tierra

mira, los helicópteros tienen sueño, despertaron temprano para cantar con sus hélices películas de Apocalipsis, remozaron las fachadas de sus incendios y ardieron los mapaches, las alimañas del futuro destripando patrimonios, a tomar por culo los candados y las verjas de colores pastosos

que tengan ustedes un infierno del que maldecir, hambre del tamaño de océanos, fieras que cuiden sus tesoros, rabiosos guardianes de sus santuarios, caminos de redención, paraísos a los que nunca llegue nadie

y si luego, una noche, todos los accidentados caminos llegan al mismo punto, brindaremos con sangre por el principio del fin, el instante salvaje de lo eterno